jueves, 23 de agosto de 2007

La felicidad es esférica (sobre la cáscara oficial y tiempos extras)


A Jóse, Eduardo, Javier, Benjamín y Billy


…como vas a saber lo que es la amistad si nunca devolviste una pared….
Anónimo

Me gustaría que supieran, aquellos que me enseñaron a soñar, que aún sigo en ello.
Jorge Valdano (Los Cuadernos de Valdano)




Era un ritual pagano.

Todo comenzó durante la mañana, en algún período de clase de geografía en primero de preparatoria.

Un pedazo de papel bond de cuadrícula chica proveniente de un cuaderno “Scribe” de pasta naranja y espiral de plástico, circulaba por los escritorios de cuatro alumnos del 4oA.

“Hoy a las cuatro y media” – escrito con tinta azul de pluma “Bic”, un mensaje que era leído y captado por sus receptores.

Se inició siendo algo primitivo.

Incluso la primera prueba celebrada en enero del ’87 fue un completo y prolongado fracaso. Su duración, aproximadamente de unas dos horas cuarenta minutos había sido un golpe para las aspiraciones de todos. Exhaustos, los participantes solo pudieron contemplar el asfalto que los rodeaba y buscar alguna pronta solución.

--- Dos contra dos, yo creo que puede funcionar mejor- fue el razonamiento de Eddie.

Además los períodos no fueron cronometrados. Simplemente se había acordado llegar a una cierta cantidad de goles (diez más la buena) para determinar un ganador. Y no funcionó.

La cáscara oficial había tenido un parto difícil. Habíamos malgastado energías en un partido aburrido e insulso. Los resultados eran engañosos y además no había eliminatoria alguna. Los ganadores se quedaban en la cancha , lo que provocaba un doble desgaste y marcadores holgados.

Ya en el colegio convenimos hacer modificaciones de primera mano, cambiar de terreno de juego la primera de ellas.

- ¿Y si jugamos adentro? – Benjamín se atrevió a sugerir.
- ¿Y los coches?—fue el primer cuestionamiento.

Habíamos probado jugar en la calle, afuera de la privada: sin embargo, el asfalto no era del todo compatible con el fútbol que queríamos desarrollar –alegre y ofensivo- pero al ver el nulo resultado, optamos por cambiar el área de trabajo.

Dentro de la privada se encontraba el estacionamiento, ocupado por unos 14 cajones, divididos en 2 secciones, uno para seis y otro para ocho automóviles. Había un espacio de 4 metros entre una y otra. A un costado del espacio estaba la cocina de Doña Melania, famosa entre los habitantes de la privada por sus poderes; se decía que había maldecido a Don Tomas, el vecino, y que éste se enamoró de ella lo cual parecía lógico cuando uno veía a Carmelita la esposa de don Tomás. Pero no vamos a hablar de este caso, así que continuamos: En el otro extremo del estacionamiento era la puerta de acceso de los coches, controlada por Jeremy, poseedor de amplia experiencia en el ramo y asiduo espectador de fútbol. La entrada y salida de vehículos representaba un problema, pues aunque no en extremo activa, si era frecuente. Podía ser un factor adverso en contra ; sin embargo, el tiempo nos enseño a aprovecharla para romper el ritmo de juego al rival. (Nótese que Cruyff nunca habló de entrada y salida de coches a la cancha, ¿eh?)

- Pues habrá coches para todos, además no siempre están todos lo coches estacionados— opinó Billy con acierto.

Sin embargo, la primera recomendación hecha por Eddie, no fue atendida. El juego siguió siendo un duelo de uno contra uno. Las porterías, regalo correspondiente al periodo navideño del 1986 y entregado por Santa Claus, (seguidor del Toluca, a juzgar por su vestimenta), eran de tamaño insuficiente para los aguerridos defensas y no se había reglamentado aún el disparo por detrás de la media cancha. El balón oficial Salver volaba a gran velocidad y la reglas existentes permitían el catennaccio. La vida transcurría de manera acelerada en tardes inventadas por la pasión del esférico.

Y comenzaron los cambios, empezaron para no cambiar y guardarlos en la memoria.

Los participantes decidimos dar un paso adelante:

- Tenemos que jugar dos tiempos de 28 minutos –sentenció Benjamín.
- ¿Alguien trae cronómetro? –preguntó Billy
- No, pero Cristy tiene uno, con el que hace sus pasteles, incluso suena una campana cuando termina de marcar el tiempo – fue mi aportación (o la aportación involuntaria de mi madre).

El reloj de cocina era de plástico amarillo con negro y marcaba dos horas en su minutero antes de que sonara la campana. Su único defecto era, sin embargo, que en caso de alguna lesión o pelota a la tribuna no había manera de detenerlo por métodos ortodoxos, por lo que su integridad física comenzó a sufrir deterioros a partir del su día uno de trabajo.

La primera prueba con juegos cronometrados había sido un éxito a medias. Había partes del juego que había que limar: el tiro de larga distancia (por detrás de la media cancha) y el detener la pelota para ponerla en juego en saque de meta. Hubo, incluso, qué implementar el saque de esquina que inicialmente no fue considerado.

Los contragolpes se hacían mediante disparos de larga distancia por lo que el juego se podía suceder en una portería y terminar incrustado el balón en la otra. Esto causaba gran malestar con los jugadores que proponían un juego ofensivo y que eran sorprendidos por pelotazos desde el arco contrario. Los partidos se sucedían uno tras otro, pero el descontento persistía, además el desgaste físico no cesaba pese a encontrarnos en buena condición física. El jugar frente a frente era generalmente un duelo en el que tuviera suerte en los rebotes o mayor velocidad de arranque tenía las de ganar.

- Billy y Benjamín contra nosotros dos- Eduardo llegó a decirnos una mañana de mayo, en plena liguilla del fútbol mexicano y antes de partir rumbo al coloso de Santa Ursula para ver el partido de vuelta del duelo Cruz Azul-Tecos donde los visitantes llevaban una ventaja de dos goles a cero y contaban en sus filas con el “Oso” Salazar líder de goleo del concluido certamen de liga.

El resultado del juego, con gran actuación de los azules Agustín “El Inválido” Manzo , Marcelino “El Cora” Bernal y Juan “El Primo” Morales, no resto importancia a tan trascendente decisión de incluir cuatro elementos en la contienda. Era un paso importante; además, involucraba incluir a todos los convocados y no teníamos la certeza de que el campo de juego fuera lo suficientemente amplio para los jugadores.

Y lo hicimos.

Nunca como ahora era necesario reglamentar los juegos:

- Disparo que se realice detrás de la media cancha no podrá ser validado como gol.
- Si se comete una falta con la mano en el área alrededor de la portería, será sancionado con un disparo desde la media cancha sin portero
- El tiempo perdido en faltas, balones a la tribuna, casa de Robespierre, será repuesto al final de cada tiempo.
- Para reanudar el juego desde la línea de meta, la pelota tendrá que estar completamente detenida.


Las porterías seguían siendo de mini tamaño, lo cual dificultaba el trámite de los partidos, pero de momento -- al carecer de un presupuesto mensual de los participantes --- no estaba contemplado la adquisición pronta de otros arcos. No obstante los juegos ganaron en emotividad e intensidad y creo que también en técnica, táctica y estrategia.

Primero de preparatoria llegaba a su fin y los apuntes escolares terminaron en la grada baja del estadio Azteca como papel picado lanzado por la “Ultra-zul”. Los exámenes habían concluido y nosotros nos dimos a la tarea de perfeccionar la creciente afición por el juego. Las vacaciones de verano fueron un campo de cultivo perfecto para esta finalidad y motivados por el paso del Cruz Azul por las semifinales contra el Morelia, comenzamos una pasión sin orden ya que no terminaría. Lo vivimos en carne propia un 31 de mayo cuando los seguidores del Morelia, exacerbados por la parada con la punta de la uña de último minuto de Larios a un cabezazo del “Fantasma” Figueroa (que provocaba su eliminación rumbo a la final frente a Chivas), comenzaron a lanzarnos toda clase de objetos, pesos, encendedores, piedras y tiro en definitiva la afirmación de Javier de que – la porra del More es buena onda --; esta pasión nos llevó a emplear la mayor parte de ese verano ajustando pases y tiros a gol, caños y sombreritos, barridas y colmilladas.

Un viaje al extranjero con fines turísticos mantuvo en suspenso el desarrollo, pero apenas pisé la Ciudad de México, son reunimos con el motivo de revivir la emoción que los clásicos duelos comenzaron a tomar. Empero, un problema más surgió en nuestro horizonte: el cuarto elemento.

El llamado “cuarto elemento” era el último en discordia. Al principio no hubo problemas de asistencia, pero esto cambió, por cuestiones geográficas y futbolísticas. Benjamín y Eduardo, resultaron imprescindibles y cumplidores, Billy en cambio, ocupó sus vacaciones en viajar por lo que los equipos quedaban impares y regresar a jugar uno contra uno resultaba inadmisible.

Tuvimos entonces que convocar a otro elemento: Javier fue el elegido. Contaba con dos elementos que apoyaban su candidatura: gusto por el juego y cercanía geográfica. Así que apenas llegó de su año escolar sabático, fue notificado de su inclusión en la cáscara oficial y se le entregó la respectiva reglamentación.

-- Son la normas que has de seguir, le dijimos en tono seguro.

Javier trajo consigo una sorpresa, el poseía un juego de porterías más grandes, marco de metal y red hecha a base de pedazos de estambre. Se sostenían mediante un seguro que iba enganchado a la parte inferior del poste izquierdo. Llegó al terreno de juego con ellas y en seguida fueron adoptadas como oficiales. Esto venía a aportar una solución al problema del jugador pegado al marco junto con una nueva regla; si la distancia entre el portero en cuestión y la portería era menor a la circunferencia de un balón se sancionaría como penalti.

Comenzó entonces la participación de un nuevo “cuarto elemento”. La adaptación a la altura, a la superficie y al vuelo ligero del balón, tardó en llegar a Javier, cuestión bien aprovechada por los rivales en turno. El equipo al que el pertenecía cayó derrotado en seis ocasiones consecutivas.

Las porterías serían resguardadas por el velador del campo y estarían a disposición de todos detrás de la palma de espinoso tallo -causante de muchas bajas en los balones Salver -, junto a la entrada de los coches. Y el juego continuó, a través de nuestras tardes de infancia tardía, en el curso de una año repleto de fútbol, de desayunos de Eurocopa, de mañanas de asueto viendo al Real Madrid en su paso por Europa, de una mañana de domingo en la grama del Estadio Azteca, de una tarde en el vestidor del Cruz Azul en Ciudad Universitaria (Larios, que fino eres), del azul eléctrico de Icehouse.

Javier nos puso en un dilema cuando comenzó a faltar repetidamente. Hubo tardes de juegos suspendidos y esto causaba un conflicto interno y ligera frustración futbolera. Billy por su distancia con respecto al campo de juego y por carecer de un vehículo automotor propio, no podía asegurar su presencia como el “cuarto elemento”. Recurrimos entonces a un nuevo elemento en la rotación: José Ángel.

José Ángel aportó frescura y movilidad a los encuentros, y a pesar de que no se adaptó del todo a la aparición esporádica de aceite sobre el terreno, sorteo de buena manera el juego. Así se hicieron los cotejos de mayor velocidad.

El “cuarto elemento” fue entonces alternado, la presencia de Eduardo, Benjamín y mía era una constante, los partidos por la tarde después de las labores escolares se convirtió en una parte primordial de nuestros hábitos hasta nuestra graduación. El papel cuadriculado circulaba de manera rutinaria entre nosotros y solamente causas verdaderamente especiales (extraordinarios, castigos o juegos televisados) podían ocupar ese lugar tan especial en nuestra vida.

La vida nos llevó por a través de una dinámica diferente –la Universidad- , pero a pesar de ello y de no poder jugar con la frecuencia que nos hubiera gustado hubo un intento extra un par de años después de revivir los últimos años de una adolescencia tardía. Los horarios y actividades eran ajenos a nuestro control por lo que la convocatoria se hizo más difícil.

El 5 de febrero de 1992 fue la última vez que nos juntamos. Una digna despedida a toda una época, cancha de pasto y todos nosotros. A lo mejor el dios del fútbol nos lleno de bendiciones. Lo único que puedo recordar ahora son pedazos de vida, tardes de tocar y picar, de salir corriendo dando un grito por el gol del triunfo, el agua de limón que nos esperaba sin falta, de mendigar dinero incluso al Cardenal Tampiqueño para comprar una pelota y sobre todo a mis amigos, puntos de historia que me gustaría guardar por siempre y saber que cualquier día de estos volveremos a jugarla de pared con el coche y volar pelota, sentirnos niños por siempre, poder ser ratonero, fingir una falta y empujar al contrario (Eddie, sin escupir), reírme y arderme por un caño en contra, buscar el desmarque y esperar que se estacione un coche, de disfrutar y poder jugar con cada uno de esos recuerdos… de por vida.

Campión


Su color amarillo tirando a café - color perro-de-la-calle, como quien dice - se prestaba a prejuicios. Juzgando sólo por el pelambre - a lo Nacho Ambriz - quien no lo conocía podía clasificarlo en los estratos inferiores de la sociedad canina. Pero la estampa del animal contradecía esa primera y errónea impresión, porque la cabeza enhiesta, la mirada brillante, las patas largas y el trote ligero daban a Campión un cierto toque de distinción.

Aristócrata, lo que se llama aristócrata en lo tocante a pedigrí, no parecía ser. Campión reunía probablemente linajes diversos y desconocidos. De algún lejano bisabuelo heredó tal vez el trote garboso, de algún tío el pegue con las hembras, de algún otro antepasado la cautela y el gesto reservado. Porque Campion no hacía migas con cualquiera así como así. Con los vecinos de la privada era un tanto distante sin llegar a ser hostil. A pocos de nosotros se acercaba en actitud amistosa, moviendo la cola.

Campión llegó a nuestra privada casi recién nacido. Chencho, el hijo del conserje, lo encontró cuando deambulaba por unos tacos de penalty que tanto le gustaban.

- "¿Cómo se llama el perro que trajiste, Chencho?" , le pregunté un día.
- "Campión - repuso- yo y mis hermanos le pusimos Campión."

Y Campión se le quedó.

Independiente y callejero, Campión trotaba, a veces sólo, a veces acompañado por otros perros del rumbo, en dilatado territorio: Desde el Estadio Azteca hasta San Fernando, Periférico y lugares circunvecinos. Por la tarde Campión era aleccionado con trucos y modales, no siempre con éxito, y en las noches dormía debajo de algún coche estacionado o rincón de nuestro estacionamiento.

Campión murió en domingo de fútbol en una tarde inventada de noviembre. Fue atropellado por un microbus, (cargado de alguna barra brava) que se dirigía al estadio, cuando buscaba la amistad de un congénere. Jerónimo y Chencho - los conserjes - lo enterraron frente a la puerta de la privada, en una cepa profunda que habíamos abierto para plantar un laurel de la India. El laurel fue plantado ayer. Sus raíces pronto serán las mismas de Campión.

martes, 21 de agosto de 2007

Hugo, mi amigo. (no el de Juan Dosal. Este es otro Hugo)

Vamos a ser honestos: Hugo era feo, digamos que en realidad era feo con madres.

Esto no lo digo con el afán de ofender; es un simple hecho debido al azar, uno de tantos que fuimos viviendo y si no, pregúntale a Jóse aquella vez en que tuvimos que salir huyendo del Azteca o aquel sábado de principios de septiembre cuando Benjamín se apropió de un tupperware de chilaquiles encontrado en el refrigerador de casa de Hugo.

Sí, sé que nunca oímos que las amigas de su hermana le tirasen la onda o que "ese día que metí 4 goles" fuera real, pero, -vamos- , todo el mundo tiene derecho a vocalizar sus fantasías y a los hechos innegables me remito.

Quiero apuntar aquella vez cuando Rafa y seis más nos metimos, uniformados y recién llegados del partido de fut, al jacuzzi de los papás de Hugo. Bueno creo que sólo Bobby se puso la bata de la mamá y lo vio Norma la hermana de Hugo (que por cierto era igual de pecosa que él).

No es que me burlara de él en clase, sobre todo cuando se rascaba la cabeza, luego la oreja y en seguida se olía el dedo, o cuando abría la boca por un corto periodo de 197 minutos seguidos y su ya incipiente panza comenzaba a marcarse; no, ese no es el caso.

Quizá cuando lo amarrábamos, enfundado en su playera de “Visita Manzanillo”, a la silla del cuarto de tele para poder cambiar a gusto a la parabólica de su casa y ver el canal porno.

-¡No sean cabrones! mis papás van a llegar y me van a regañar.
- Cálmate, no pasa nada - afirmaba Javier muy seguro de si mismo.

Pero nunca como en el colegio después de los exámenes:

--¿Qué te salió en la tercera?-me preguntó un día que tuvimos examen sorpresa de matemáticas.
-- 1247.84x + 165y -- respondí
-- Ni modo, entonces creo que voy a sacar un ocho.

Y así se iba preguntando con su peinado de raya-en-medio a todos los demás, o mejor dicho a nosotros, los brillantes, los de altas calificaciones.

Sus calificaciones - decía en voz alta Mancera, el profesor:

Knight.....8.5
Salido….8.75
Tejeda….9.1
Morales....9.3
Hugo.....2.2

- Bueno, aún faltan 3 exámenes - comentaba Hugo más tarde, un poco mosqueado, un tanto aturdido.

Para entonces mi amigo Hugo era ya una imagen sufriente, con pecas deslavadas y un poco más bocón debido a su ortodoncista. Su estatura, de 1.70 en esa época, tendía a dilatarse por los costados.

La cosa es que la vida nos fue llevando por senderos distintos y el fútbol nos reunía, incluso su papá acudía regularmente a los juegos y gritaba:
-¡Arbitro! ¡ya se le paró su weslox! y Hugo calentaba la banca por largos periodos o entraba a jugar portando el número cuarenta y tres en el dorsal cuando el marcador nos favorecía por 4 o 5 goles de diferencia.

Su hermana, cada vez más parecida a él, nos alentaba cuando recibíamos un gol en contra:
-¡No importa equipo, no importa!

Hugo siempre fue bueno para otra cosas; por ejemplo nos llevaba en su Suburban a donde queríamos o nos invitaba a su palco, pese a que ocupábamos todos los asientos y él tenía que ver el juego de pie, vestido con camisa a cuadros tipo menonita.

Le tuvimos estima, y no es del todo cierto que lo invitábamos a jugar fútbol para tener alguien de portero o para correr por el balón cuando se volaba lejos del campo.

Y mira las ironías del destino: el otro día fui a comprar un café a Starbucks, y vi a Daniela ¿te acuerdas de ella?, la que me encantaba y me bateo tres veces en prepa y la universidad; bueno la vi sentada abrazando y haciéndole cosquillas en las orejas a un panzón poco agraciado y pecoso con atuendo vaquero y gafas obscuras tipo italiano que sonreía y volteaba la bocota en estudiada pose.

- A ese güey yo lo conozco, me dije. No me equivoqué: era Hugo.